El Mediterráneo en Palavas (1854)

El Mediterráneo en Palavas (1854)

sábado, 14 de diciembre de 2013

Manuel


Actuar con alguien en el escenario es como hacer el amor. Pues cuando se hace de verdad, no son más que dos almas queridndo conocerse. Por eso, el día en que te acercaste a mí y me dijiste que querías hacer una escena conmigo salté de alegría. Era un deseo correspondido... Pero me daba mucha vergüenza decírtelo. Cuando todavía no te conocía me imponías muchísimo. Toda esa fuerza y esa presencia en el escenario me apabullaban, pero después al entrar en la compañía y vivir tu dulzura, tu cercanía, tu alegría pude descubrir y disfrutar quien eras realmente. "¡¡Yo también quiero actuar contigo, Manuel!!" Y te abracé. Tú dijiste que podríamos ser un Claudio y una Gertrudis divinos, y al final fuimos dos soldados. ¡Y qué soldados! "¿¡Quién va!?" - preguntaba, "Pues quién va a ser... ¡YO!" - respondías. El mío formal y muerto de miedo por haber visto un fantasma, el tuyo irreverente y riéndose de los espectros y la oscuridad. Me costaba mucho mantenerme seria contigo jugando al lado.

El día que quedamos para cenar y trabajar nuestra escena, cuánto me alegro de que apenas leyéramos una vez el texto y en vez de eso nos contásemos la vida de arriba abajo. Fácil, sencillo, como si nos conociésemos de toda la vida. Me hablaste de tu infancia y tu familia, de cuando te fuiste de casa, de tu vida en Ourense, de cuando te instalaste en Barcelona. Y yo te escuchaba muy atenta con los ojos y los oídos bien abiertos, porque todo lo que habías vivido y cómo lo habías vivido era muy inspirador. Al final de la noche, me acompañaste hasta el portal de mi casa, nos abrazamos y nos deseamos “mucha mierda”, porque al día siguiente nos tocaba actuar juntos.

Gracias, Manuel, por hacerme el amor en el escenario y dejar que yo te lo hiciera a ti. Eres para mí como los amantes de una noche, que se van pronto, pero de los que no te olvidas jamás. Gracias por contarme quien eras, porque tu historia inspira mi vida y por ser tan generoso y tener siempre una palabra bonita que decir al otro. No hubo un día en el que no tuvieras algo hermoso que decirme. Eras capaz de ver la belleza en todo.

Tú querías que yo te enseñara inglés y a cambio tú me ibas a cortar el pelo a mí y a toda mi familia... Ese era el trato, ¿te acuerdas? Tenemos una escena de “Hamlet”, un corte de pelo y una clase de inglés pendientes. En la próxima vida quizás tú te llames Claudio y yo Gertrudis.

¿¡Quién va!? Tú, Manuel, siempre tú.


No hay comentarios:

Publicar un comentario