Silencio. Tu respuesta es el silencio.
Y en el silencio la inmensidad de las posibilidades. Pero no es eso
lo que duele. El dolor viene de la extrañeza.
¿Qué hicimos? Algo se rompió dentro
de mí. Y no es malo que algo se rompa,
al contrario. Pero asusta. Me confunde la sorpresa de mí misma. De
pronto, actuar como nunca antes me lo habría permitido. Y eso es
bueno, tiene que ser bueno. Rompo mis estructuras, porque algo más
fuerte, más grande, se impone. ¿Y tú? ¿Qué te pasó a ti? Eso no
importa. Qué fue para ti no cambia nada de lo que yo he roto en mí.
Un pálpito en el corazón. Una
canción. Muchas canciones. Otras tantísimas miradas. Y tú. Y yo.
Los dos. Una noche unidos. Unidos. Unidos en lo carnal... Y en ese
otro lado... También. Una despedida absurda. Una pregunta. Y el
silencio.
No me importa parecer enamorada. Porque
sí, esa noche te amé. Y me propuse amarte. Así lo sentí y lo
decidí. Porque quizás fuese la única. Y te amé. Besé y mojé todo tu
cuerpo. Me entregué a ti. Entera no. Me reservo un lugar, el más
sagrado, en el que desaparezco. Porque no quiero desaparecer, si tú no
desapareces conmigo. Porque entonces lo más bello se vuelve lo más
burdo, porque entonces ya no somos ángeles encarnados, sino cuerpos
deseosos de un placer mundano. Que no está mal, pero... ¿Y si nos
elevamos? ¿Si elevamos la carne hasta el cielo? ¿Si la llenamos de
ese sentido incomprensible? ¡Ah! Yo no puedo llegar a ese lugar sin el
otro. Sí puedo sola bailando, cantando, riendo... Pero no haciéndote
el amor. Porque unir dos cuerpos en lo sagrado es cosa de dos.
No me perdí. No he perdido nada. Soy
toda abundancia. Y sí, te amé. ¿Por qué no habría de hacerlo?
¿Por miedo a tu silencio? ¿Y quién hubiese perdido sino yo misma?
Silencio. Indiferencia. De pronto no
existo... Para ti. Para mí no he dejado de existir, ¿cómo si no?
Existo a cada instante aunque tú no me veas. ¡Qué extraño! Me
doy, te das. Cada uno hasta donde quiere, hasta donde puede. ¿Qué
se de ti?... Nada. Y sin embargo, la unión se da. Y duele, duele no
honrarnos. Honrar nuestros cuerpos sudorosos, nuestro sexo palpitante
y jugoso, nuestra voz desgarrada, nuestra piel caliente, nuestro pelo
mojado. Yo no puedo honrarlos por ti, pero mi parte sí la hago.
Bendigo tu cuerpo y hasta tu indiferencia. Bendigo tu silencio. Lo
que hay detrás, hoy por hoy, no es cosa mía. Hoy por hoy, es cosa
mía mirarme y a pesar de no entender, reconocerme. Un impulso
consciente hacia la rotura de unos límites extraños, no construidos
por mí. Mi cuerpo tuyo, tu cuerpo mío. Por una noche. Por la
eternidad.
Sí, me reservé una parte, la más
sagrada. Protegerme, pues ¿cómo dar a quien no quiere recibir? Pero yo
recibí mis propios besos en tu cuerpo, mi gemir era un canto a mí
misma. Las caricias que rozaron tu piel, no eran sino el suave tacto
de mis manos sobre mi propia alma. Te acaricio, alma mía, a través
del otro, te toco para comprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario